Will Rodríguez: enero 2008

miércoles, enero 23, 2008

Inmueble

En esta casa nació mi madre.
En esta casa mi madre se casó con mi padre.
En esta casa mi madre y mi padre tuvieron siete hijos.
En esta casa mi madre y mi padre celebraron las bodas de sus hijos.
En esta casa mi madre y mi padre adoraron a veinte nietos.
En esta casa murieron mi madre y mi padre.
En esta casa se leyó el testamento.
En esta casa peleamos.
Se vende esta casa.

martes, enero 15, 2008

Venta en línea


Para adquirir a través de internet Pulpo en su tinta y otras formas de morir, visita las siguientes librerías electrónicas:

Anodis
http://www.anodis.org.mx/leer/index.asp?item=135

Gandhi
http://www.gandhi.com.mx/Gandhi/Libros/productDetail.cfm?prodId=319791

Ficticia
http://www.ficticia.com/libreria/libro.php?ID=50&i=c
Fondo de Cultura Económica

Cuarta de forros para Will Rodríguez

Por Guillermo Samperio

Con estilo ágil Will Rodríguez lleva al lector a diversos cambios de humor: desde el recalcitrante que raya a la hilaridad hasta el que conlleva a la reflexión. Por supuesto, sin perder la intensidad temática de los cuentos ni de las microficciones que forman el libro. Historias increíbles llevadas con alta creatividad por el autor y que logra generar distintos estados de ánimo en el lector. En cada relato la incertidumbre se va desarrollando de una manera concisa, independiente de la extensión, algunos mínimos en extremo.
Como su título lo especifica, la muerte es una imagen recurrente en el cuerpo del libro; si bien no está mencionada en algunos textos, se percibe, en el ambiente o en sus personajes. El autor va llevando el texto con facilidad, sin utilizar un lenguaje complicado; en algunas brevedades utiliza herramientas metafóricas, que no enrarecen los finales, pues los logra de manera eficaz, inesperada y, por qué no, un tanto tétrica.
Pulpo en su tinta y otras formas de morir es un coctel de historias redondeadas que se definen hasta el último párrafo, logrando un libro deleitable que merece colocarlo en el librero de cabecera.

A manera de prólogo

Por Francesca Gargallo

De los dos lados de una historia, la que se vive y la que se cuenta, la muerte es el pan cotidiano de los deudos, los policías, los asesinos, los amantes abandonados que la sufren, la soportan o la provocan, así como es la realidad de quien va y viene las noches del primero de noviembre, se despide y finalmente goza de calor y bienestar.
La muerte, como el amor, para ser necesita de dos protagonistas, el que muere y el que se queda, espejo uno del otro, ambos víctimas del dolor y causantes del mismo. Y, como el dolor, la muerte es sublime, nunca bella: pertenece al orden de lo sagrado y horrible, y convoca la misma ambivalencia de lo obsceno, que es atrayente y repulsivo a la vez.
Will Rodríguez conoce la ironía de la muerte, pues la muy descortés nunca avisa de su llegada. Sabe que es una realidad de la carne y que, como todo lo de la carne, tiene que ver con hambre, satisfacciones, violencia, descomposición y placer. Sobre una tumba o frente a un lavabo, la muerte es hija del gozo, así como puede ser fruto de la venganza en un departamento, engendro de la ebriedad en la carretera o, aún, descendencia de la propia falta de atención.
Pero Will Rodríguez, como buen narrador, sabe algo más: que fenecer es indispensable para la vida, para la fecundidad y para la transformación. Por ello nos cuenta cómo el mejor platillo se adereza con el veneno de los celos de una esposa estéril o de qué modo la exigencia del amante convierte un cuerpo en arrecife. Las palabras se enhebran para dejar testimonio del vuelo astral y la sed de vida, del hambre de sexo y amor, de la humanización del cosmos del deseo y de la mezquina realidad del espacio de la vida en venta; así como para significar la pasión por el animal, en extinción, bicéfalo o feroz, pero siempre inocente frente a los agresivos sentimientos humanos: terror, soledad o simple crueldad.
La muerte, en todas sus formas, es casi siempre silenciosa, nada práctica, y absolutamente inevitable. Por ello sólo las palabras pueden construir el cuerpo colectivo de la humanidad que la teme y la vive, palabras que como el hilo de las parcas engendran, acompañan y cortan las historias que se escuchan o se leen.

Hallazgos, amores pérdidas...

Por Alberto Chimal
Hallazgos, amores, pérdidas, rabias: las magras promesas de la vida, repetidas interminablemente y siempre cumplidas de un modo que no prevemos, son la materia de los cuentos de Will Rodríguez. Pero este libro no es una muestra del "realismo sucio" tan gastado entre nosotros. Sus argumentos nunca son rutinarios –como tampoco lo es la mera vida– y todos se desarrollan entre estallidos, a veces casi invisibles, otras brutales, de las pasiones: los hilos que tiran de nosotros desde el primer momento hasta el último, sin pausa, se dejan ver tras los esfuerzos, las penalidades y los asombros de cada personaje.
Además, aquí se encuentran por igual los sueños más intangibles y extraños y los duros objetos cotidianos. Dos amantes se separan y luego se reúnen de manera imprevista, forzados por un azar terrible; otros dos asisten a un encuentro amoroso en un cementerio, que es celebración del deseo y burla de los muertos; una sirena se encuentra con un mundo diferente, infinitamente más terrible, que el de los cuentos de hadas; un médico se ve en "situación límite", colocado ante una paciente que está por completo a su merced; dos familias muy distintas establecen contacto gracias al sinsentido de la muerte…
Las "muchas formas de morir" que se muestran en estas páginas incluyen, por cierto, la más lenta de todas: el transcurrir de cada día, que nos lleva por caminos siempre distintos al mismo destino. Pero no sólo importa esta certeza: los textos de Will Rodríguez nos recuerdan que aún sentenciados, como estamos, podemos alcanzar a mirar, a entender algo más de la condición de nuestro ser y del de los otros, y que la mejor herramienta para lograrlo son historias como éstas.