El hogar y el centro de trabajo son
dos lugares de muy distinto ambiente en los cuales una persona pasa la mayor
parte de su vida. El tiempo libre, en ambos casos, es un preciado tesoro que
poca gente aprovecha para la práctica de hábitos relacionados con la cultura.
Contrario a lo que se pudiera pensar, estar en casa no significa disfrutar del
ocio, y eso es algo que cualquier integrante de la familia tiene muy en cuenta.
Las actividades domésticas no son realizadas dentro de lo que uno relaciona con
el llamado tiempo libre; son obligaciones que si se dejan de atender pueden
transformar nuestra casa en un verdadero infierno.
“Libre” es el tiempo que tenemos para
no hacer nada que represente una obligación. Es decir, bañarse y vestirse para
ir a trabajar no son actos de libertad, sino de higiene básica y convencionalismo
social. Por otro lado, en el ámbito laboral, el concepto de ocio es asimilado
como desfachatez, “huevonería”, cinismo, desacato, “valemadrismo” y falta de
ética profesional. ¿Acaso no es eso lo que pensamos de la secretaria que se
pinta las uñas en la antesala de un despacho público, del que chatea con sus
cuates en la oficina o de quienes están comiendo una torta en el archivo del
IMSS? El tema del necesario relajamiento en horas de oficina puede resultar
polémico. Se sabe de países donde hay empresas e instituciones que cuentan con
salas de descanso y esparcimiento para sus empleados, pero, independientemente
de la efectividad y los beneficios que esto conlleva, tendríamos que pensar de
manera objetiva cuál sería nuestra reacción si al llegar a una oficina para
tramitar un servicio nos dijeran que la persona responsable está en su momento
de “relajamiento”.
En síntesis, tanto en la casa como en
el trabajo el tiempo libre es difícil de conseguir, toda vez que cuando no hay
actividades urgentes o de primer orden, siempre surgirán obligaciones
secundarias no por ello indispensables para el correcto funcionamiento de ambos
espacios de convivencia y supervivencia.
Todo lo anterior llega a esta mesa
con la finalidad de establecer una relación con el hábito de la lectura, entendiendo
a ésta como un acto libre y de esparcimiento —en el caso del entorno familiar—,
haciendo a un lado los motivos escolares o académicos; y como un acto necesario
para el desarrollo profesional, donde las lecturas complementarias,
no-obligatorias, representan una oportunidad de formación y crecimiento. Para
que la lectura se convierta en un hábito debe estar apoyada en la agradable
experiencia de ella misma, y no estar representada por “un esforzado descifrar
de palabras para satisfacer una obligación escolar” o
laboral.
Si bien el hábito de la lectura en un
individuo puede ser adquirido y fomentado en cualquier etapa de la vida, es un
hecho que las personas que más leen en la actualidad adquirieron dicha
costumbre durante la infancia, influenciados por la lectura de sus padres o la
presencia de los libros en la casa. Vale la pena retomar los resultados de la Encuesta nacional de lectura 2006
realizada por el Sistema de Información Cultural del Conaculta, con el apoyo de
la UNAM; la Encuesta nacional sobre
prácticas lectoras 2006, elaborada por la SEP y el INEGI; y la Encuesta nacional de lectura 2012
realizada por la Fundación Mexicana para el Fomento de la Lectura, A.C., las
cuales, aun con el paso de los años y la diferencia metodológica en su
aplicación, ofrecen prácticamente los mismos resultados, con la triste particularidad
de que la presentada en 2012 informa que, en comparación con la de 2006, el
porcentaje de lectores mexicanos se redujo 10%.
“El porcentaje de quienes declaran
que la lectura les gusta mucho es más del doble entre quienes recibieron el
estímulo paterno que entre quienes no lo recibieron. De manera análoga, la
respuesta de que no les gusta leer se da en más del doble de los entrevistados
que no recibieron el estímulo paterno que entre quienes sí lo recibieron. Se
identifica una relación similar al cruzar las respuestas sobre si el padre o la
madre le leían al entrevistado cuando era niño con el gusto por la lectura:
casi la tercera parte de quienes respondieron que su padre siempre les leía
expresó que le gusta mucho leer; en tanto que sólo 13.7% de a quienes su padre
nunca les leía expresó que le gusta mucho leer. Se encuentra una estrecha
relación entre haber recibido como regalo libros por parte de padres y
familiares y el gusto por la lectura. Casi cuatro de cada 10 de los
entrevistados que recibían frecuentemente libros como regalo declaran que les
gusta mucho leer, mientras que entre quienes nunca recibieron libros regalados
la proporción es sensiblemente menor. Igualmente, sólo 1.5% de quienes
recibieron libros con frecuencia declaró que no le gusta la lectura, comparado
con 20.2% de quienes nunca recibieron libros de regalo. De acuerdo con las
respuestas de los entrevistados, los padres son el principal estímulo para la
lectura cuando se es niño, los maestros cuando se es adolescente y la propia iniciativa
cuando se es adulto.”
Queda claro
que el fomento de la lectura en los niños es una labor que compete,
principalmente, a los padres de familia, y en segundo término a los maestros.
Los profesionales en el tema (entiéndase bibliotecarios, promotores culturales,
investigadores y docentes) coinciden en una serie de recomendaciones para
llevar a cabo dicha labor, entre ellas: iniciar a los niños con cuentos —y yo
agregaría los cómics o las historietas, con la debida cautela—, permitiéndoles
que sean ellos mismos quienes elijan el material que más les atraiga la
atención; leerles en voz alta, lo cual implica un tiempo especial para estar
juntos, quizás antes de dormir; animarlos a que participen en la lectura, con
sus comentarios y ocurrencias; predicar con el ejemplo, para que asimilen que
leer es una actividad normal para los padres; regalarles libros a manera de
premio o en ocasiones especiales; y llevarlos a la biblioteca —y a la librería—
como si se tratara de una salida al cine o a la playa.
Cabe mencionar que ninguna de las
encuestas mencionadas incluyó a niños menores de 13 años, lo cual constituye un
gran vacío en el tema. Este importante sector de la sociedad debería ser
encuestado de manera específica para poder conocer y analizar la situación de
la lectura entre la población infantil. Tal vez no sea tan difícil —por no
decir imposible— organizar y llevar a cabo una Encuesta nacional de lectura entre
los alumnos de las escuelas primarias públicas y privadas del país. Seguramente
los resultados serían de gran utilidad para los padres de familia, escritores,
editores, diseñadores, distribuidores, libreros y los propios niños. Acciones
como ésta contribuirían al planteamiento de soluciones efectivas al problema
del bajo nivel —cuantitativo y cualitativo— de la lectura en México, el cual,
dicho sea de paso, se enmarca en un promedio de 2.9 libros leídos al año.
Con respecto a la lectura en el
ámbito laboral, son muy pocos los oficios que requieren de dicha actividad con
fines de desarrollo individual. Es obvio que profesionales como los médicos y
los científicos requieren de una consulta bibliográfica sistemática y
permanente para poder estar al día y realizar su trabajo. No obstante, aunque
la lectura es una actividad que otorga conocimiento, sensibilidad e
inteligencia a cualquier persona, cualquiera que sea su oficio, existen algunos
sectores de la sociedad en los que leer representa un valor adicional. Me
refiero a los trabajadores de la industria editorial, los medios de
comunicación y el magisterio, quienes tendrían que contar con amplia cultura
general y ser buenos amantes de los libros. Si un editor conoce la buena
literatura, seguramente procurará ofrecer a los lectores contenidos de mejor calidad;
si un conductor de noticieros acostumbra leer cotidianamente, el conocimiento y
la cultura adquiridos perfeccionarán su desempeño, al mismo tiempo que los
televidentes estarán mejor informados; si un maestro de secundaria disfruta la
lectura de obras de autores clásicos y contemporáneos, entonces motivará con
especial interés dicho hábito entre sus alumnos.
Y es aquí donde vuelve a surgir el
problema del tiempo libre: “¿A qué hora me voy a poner a leer, si tengo un chorro
de trabajo, y cuando llego a la casa solamente quiero descansar?” Las respuestas
a esta interrogante que muchos nos hemos planteado son muy sencillas: anotar en
la agenda la hora para leer como si fuera una cita con alguien que nos hará
ricos; y aprender a disfrutar la lectura como un acto placentero, no como un
acto obligatorio o como una actividad que nos instalará en una élite. El tiempo
dedicado a la lectura debe ser sincero, noble y agradable. Por supuesto, es
necesario examinar cuánto tiempo le dedicamos a la televisión y al internet
para poder hallar esos minutos de tranquilidad que la lectura amerita.
De igual manera, debemos hacer a un
lado la idea de que los libros son caros, pues existen las bibliotecas
públicas, las librerías de viejo, las ferias de lectura, las ventas de garage —y hasta los basureros— donde
podemos consultar o adquirir libros maravillosos a muy bajo costo. El buen
lector no requiere de los best-sellers
para estar al día, pues la literatura es milenaria, inmortal e infinita.
También está la posibilidad de pedirle a un amigo que nos preste un libro,
claro, sin tomar en cuenta aquel dicho de que “quien presta un libro es un
pendejo, y quien lo devuelve lo es dos veces”.
Se dice que el amor y el dinero son
cosas imposibles de ocultar. Habría entonces que incorporar a la lectura, como
base de la educación, en esta categoría, toda vez que el conocimiento y la
sensibilidad que otorga hacen que la persona transmita sensibilidad e
inteligencia, virtudes que nos pueden ayudar a encontrar un buen empleo o a
conservar el que tenemos. De hecho, es indiscutible que no es necesario un
título académico para desempeñar de excelente manera una responsabilidad
laboral, siempre y cuando se trate de alguien en constante actualización. Es
aquí donde la lectura adquiere su cualidad de fundamental, al grado de ser
capaz de lograr que un individuo sin título académico supere en sabiduría y
capacidad a quien sí lo tiene. Si una institución o empresa exigen un documento
oficial que avale determinados estudios, es asunto aparte. El hecho es que
nadie puede saber a ciencia cierta cómo fue la formación educativa ni cuál fue
la calidad de las lecturas de un profesionista.
Leer es un acto de igualdad entre los
seres humanos; representa, asimismo, una oportunidad de crecimiento profesional
a un costo mínimo. Encontrar el espacio adecuado para practicar cotidianamente
la lectura es, quizás, el reto más difícil en estos días en que estamos
expuestos a tanta información y tecnología. Sin embargo, acostumbrarse a lo
bueno es bastante fácil; solamente hay que tomar la decisión y permitir el paso
de un nuevo hábito a nuestra vida.
*Ponencia presentada en el V Congreso
Internacional de UC-Mexicanistas “Lectores somos y en la FILEY andamos”, en el
marco de la Feria Internacional de Lectura Yucatán, el 13 de marzo de 2013 en
el Centro de Convenciones Siglo XXI de la ciudad de Mérida.
1 Comments:
Excelente material! muchas gracias!
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