Will Rodríguez: La línea perfecta del horizonte

jueves, octubre 05, 2006

La línea perfecta del horizonte


Citlalli Sánchez*

Will Rodríguez nació en Yucatán. No tenía el gusto de conocerlo personalmente. La fotografía de la solapa me muestra a un hombre bastante joven, no obstante la cantidad de reconocimientos que tiene por su quehacer literario. Este es un libro de ochenta o noventa páginas, calculo a primera vista, pero basta con abrirlo y empezar a leer para darme cuenta que el talento no está en relación directa con el número de páginas.

Me encuentro ante un escritor con un hábil manejo del lenguaje al servicio de la narrativa, que abre expectativas originales al presentarnos los conflictos de nuestra existencia en un contexto totalmente actual, tocando siempre los extremos. Sus narraciones pueden ir desde lo más sublime hasta lo más sórdido que tenemos como individuos producto de una sociedad moderna, fluctuando entre dos abismos donde los límites de lo correcto y lo equivocado ya no son muy claros. A veces, en forma cruda y otras como no queriendo, toca temas como el narcotráfico, la drogadicción y sus consecuencias sociales, la violencia cotidiana. Nos muestra una realidad de la que no podemos evadirnos porque en esencia eso somos. Sólo nos queda esperar que vengan a nosotros los ángeles para salvarnos.

En especial me gusta el primer texto; la imagen precisa, el ritmo adecuado al momento: Camuflaje. Bastan unas cuantas frases para situarme en la escena; unirme a la huída desesperada de Julián a lo largo de la playa, sentir su angustia, oír sus jadeos. Julián se camufla en la noche porque los asesinos son parte de ella. Federico lo esconde e irremediablemente se siente atraído por este hombre: con su vista recorre el pecho, el cuello, la boca… esa boca. Con un final inesperado, Federico tiene que matarlo, pero no renuncia al placer de poseerlo al incorporar sus fluidos corporales al remedio con el que cura a las palmeras. Al terminar de leer, no puedo dejar de pensar en Federico poseyendo uno de los cocos de sus palmeras, al que, seguramente, le abrirá con el machete una boca para succionar con fruición su agua dulce, producto de la unión de la savia del vegetal y la sangre, y llevarse después a la boca su pulpa carnosa con sabor a hombre. El camuflaje perfecto; para matar también se necesita del genio del escritor, que nos horroriza con la belleza de la muerte.

La muerte en este libro es un tema redundante. Es una gaviota que persigue una luz pura, como el brillo capturado al cerrar los ojos, y al alcanzarla, se envuelve en ella. O puede llegar a niveles de depravación y crueldad extrema cuando el acto se comete bajo los influjos de sustancias extrañas circulando por las venas. O disolverse con los sueños en esa delgada línea del horizonte donde lo real y lo irreal se funden. Estos textos nos llevan a la siguiente reflexión, necesariamente: ¿Qué es la muerte? ¿Acaso no un sueño que permanece para siempre? ¿Y la vida? ¿Un sueño fugaz en espera de la muerte? En el cuento que da nombre a este libro el autor escribe con una sensibilidad que percibo única:

La noche previa a su setenta aniversario soñó que buceaba con delfines. Al despertar asumió la imagen como una cita con el entendimiento de la vida. Abandonó ciudad, mujer y carrera para volver al entorno de la infancia y sentarse por horas en este lugar entre arena y caracoles.
¿Quién no sueña, al llegar a determinada edad, con volver al punto de partida en espera de verdades más trascendentes que su propia vida? Pero la vida también es una dicotomía donde el hombre y la mujer tienen que estar presentes. Ella, aquí, es la sirena, su imagen se diluye en el agua de la que sólo sale para peinar su cabellera, y sus hombros son de arena. O, quizá, sea la paloma a la que no se atrevió a exterminar ni en sus sueños. De tan poética es efímera. Ella es parte del mar y el mar le susurró al autor su lenguaje misterioso desde que era un niño. Pero la dicotomía también es una fase de la luna donde sólo una mitad de su disco está visible. En estos textos existen hombres reales, capaces de seducir y de enamorarse. Los hay también que no pudieron evitar los vicios y llegaron hasta las últimas consecuencias.

Aquí, existen también otros seres, los que no necesariamente pertenecen al género masculino porque pueden ser ángeles, y dicen que los ángeles no tienen sexo. Seres que se encuentran entre el limbo y el infierno, en esa línea delgada donde lo inmensamente grande y puro del mar y del cielo se unen, en la línea perfecta del horizonte, donde confluye todo aquello que es susceptible de corromperse y ser perverso. Aquí vivimos y aquí soñamos; hasta esta línea bajan los ángeles del cielo hacia el mar para salvarnos. Son seres puros y alados que vienen con la misión de prestarnos ayuda a través de nuestros sueños, pero nosotros que todo corrompemos ¿cómo no íbamos a corromper ángeles? "A la gente le encanta envolverlos con artimañas seductoras para conseguir su propósito, sobre todo cuando se trata de encontrar satisfacción y cariño al mismo tiempo".

La imagen precisa y el lenguaje sin rodeos son un acierto de Will Rodríguez. Sus ángeles, cuando se corrompen, pueden ser sórdidos, conocer las miserias de la vida. Pero también existen los que permanecen incólumes, aquellos que establecen el vínculo entre Dios y los hombres. Los ángeles de este libro no son ángeles caídos, no esperan que alguien los salve o ser redimidos. Saben que Él no hará nada por ellos pues ha hecho demasiado. Lo único que queda es disfrutar de esta vida con la misma intensidad del castigo. La mayoría de ellos se corrompió por amor; no evadieron la tentación de erotizarse con hombres o mujeres y perdieron las alas en cualquier noche de excesos. Llevan con dignidad las horribles cicatrices, testimonio de que en algún momento pudieron ascender al cielo.
Son ángeles que, al igual que Will Rodríguez, permanecen fieles a sí mismos. Desde mi punto de vista eso es lo más importante. Algunos libros se empeñan en dejar una enseñanza, un mensaje o una moraleja, hay otros que mueven a reflexión; yo creo que este es un libro para reconsiderarse.

*Texto leído por su autora el 17 de agosto de 2006 en la sala Carlos de la Sierra del Centro Morelense de las Artes, en la ciudad de Cuernavaca.