Por Alberto Chimal
Hallazgos, amores, pérdidas, rabias: las magras promesas de la vida, repetidas interminablemente y siempre cumplidas de un modo que no prevemos, son la materia de los cuentos de Will Rodríguez. Pero este libro no es una muestra del "realismo sucio" tan gastado entre nosotros. Sus argumentos nunca son rutinarios –como tampoco lo es la mera vida– y todos se desarrollan entre estallidos, a veces casi invisibles, otras brutales, de las pasiones: los hilos que tiran de nosotros desde el primer momento hasta el último, sin pausa, se dejan ver tras los esfuerzos, las penalidades y los asombros de cada personaje.
Además, aquí se encuentran por igual los sueños más intangibles y extraños y los duros objetos cotidianos. Dos amantes se separan y luego se reúnen de manera imprevista, forzados por un azar terrible; otros dos asisten a un encuentro amoroso en un cementerio, que es celebración del deseo y burla de los muertos; una sirena se encuentra con un mundo diferente, infinitamente más terrible, que el de los cuentos de hadas; un médico se ve en "situación límite", colocado ante una paciente que está por completo a su merced; dos familias muy distintas establecen contacto gracias al sinsentido de la muerte…
Las "muchas formas de morir" que se muestran en estas páginas incluyen, por cierto, la más lenta de todas: el transcurrir de cada día, que nos lleva por caminos siempre distintos al mismo destino. Pero no sólo importa esta certeza: los textos de Will Rodríguez nos recuerdan que aún sentenciados, como estamos, podemos alcanzar a mirar, a entender algo más de la condición de nuestro ser y del de los otros, y que la mejor herramienta para lograrlo son historias como éstas.
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