Muchas formas de vivir
Buena parte de la narrativa actual rehuye los manierismos estilísticos, las dilatadas exploraciones del lenguaje, los tics tan comunes a una literatura que se fue demeritando en la imitación de los antiguos maestros, sin la gracia y la solidez de éstos. La generación de escritores nacida en la década de 1970 creció, por ello, sin amos ni figuras tutelares. Ya no descansa en Paz, ni en Fuentes; se sale del Paso y no confía en realismos mágicos, en experimentos rebuscados ni en la investigación sociológica.
Además, la narrativa de esa generación es deudora de lenguajes que pocos escritores imaginaron: la imagen digitalizada, la imagen virtual, la televisión basura, la deliberada destrucción de los referentes sofisticados y la rehabilitación de elementos considerados indignos. Son incontables los miembros de esa generación que reproducen el realismo sucio, con más suciedad que realismo, y con definitivo infortunio. Sin embargo, el registro expresivo de los autores es más abarcador que nunca: al desembarazarse de la obsesión por lo estético admite toda clase de íconos, de manifestaciones, de infecciones y desplantes.
Will Rodríguez nació en Yucatán en 1970. Este antecedente nos sugeriría un autor apabullado por el trópico y el costumbrismo, por el aislamiento y la inanidad conquistada a fuerza de obsesivos días circulares. Sin embargo, nacimiento no es destino en el caso de este autor, pues supo escaparse a tiempo de la tendencia a anquilosarse que presentan los escritores de provincia. Desde hace diez años Will vive en la ciudad de México y su escritura ha recibido el beneficio de contagiarse de megalópolis.
No hay melancolías anticuadas ni cortesías traidoras en la prosa de Will Rodríguez. Elige contar sus historias con un lenguaje escueto, eficiente y sin ambages. No elabora prosas alambicadas, no condesciende al recato o al disimulo. Refleja su personalidad en todo lo que escribe sin cuidarse de lo que el lector pueda pensar o repudiar. Por ello sus narraciones pueden alcanzar un punto alto de intensidad literaria, al hacer a sus lectores cómplices de aventuras sórdidas, apasionadas o fantásticas.
La virtud de esta narrativa se halla lejos del escándalo, a diferencia de lo que ocurre con otros modelos cuya mayor fuente de interés en el shock de acometer al lector con descripciones calculadas para repugnar, pero sin un fin más duradero. Muchas de las historias narradas por Will Rodríguez son violentas, pero su interés radica menos en el trauma y el caos que en el imperturbable modo con que su autor las desvela ante nuestra mirada en que confluyen fascinación y asco. Otras historias son de una profunda tristeza pero el vehículo que nos la comunica ostenta una sonrisa apacible, un gesto despectivo o alguna reacción contraria a la que esperaríamos de tales relatos. El patetismo ha sido expulsado de esta narrativa.
La muerte se pasea a sus anchas por estas narraciones, pero lo que nos atrae hacia ellas es la vitalidad con que sus protagonistas dilucidan este y otros mundos. Inclusive cuando los escenarios son cementerios y otros sitios de aniquilación, la anécdota que dispara el relato es la insurgencia de la vida en esos páramos —que lo son sólo por mal hábito social. Vida cachonda, deslenguada, desafiante contra la moral sin convicciones colectivas de nuestra época.
Avatares de la sexualidad y la sensualidad, muchas de estas historias dan cuenta de crímenes perfectos en cuya descripción se regodea el propio culpable, el gozoso pecador que nos presume su ausencia de faltas. En cuentos como el sardónico “Luis Felipe”, que trae a escena un perro de dos cabezas, o el paródico “Doctor John”, que retoma el tema del médium para situarlo en la tardomodernidad más cínica, Will Rodríguez consigue sus mejores momentos con una relación tan carente de prejuicios que consigue reproducir el tono que el autor adopta en sus conversaciones personales. Así, escribe como habla, por lo cual logra escribir con limpieza y gracia que cautivan. Otras narraciones, sobre todo la titulada “Noches de luna descendente”, recrean sucesos terribles con la nitidez de un sueño. Al leer esta reconstrucción de un famoso crimen en la ciudad de Mérida, matizado en lo imprescindible por recursos de ficción, es posible abarcar de un solo golpe de vista las virtudes de Will Rodríguez como escritor: una capacidad para referir con llaneza calamidades y prodigios, para suscitar la perspectiva poética en medio de los entornos más mezquinos, y para asentar el peso de la realidad con la levedad de un malabarista.
Pulpo en su tinta y otras formas de morir plantea en sus ámbitos y personajes muchas formas de seguir conviviendo con las adversidades y los asombros cotidianos; no importa si la existencia parece sustraerse a nuestras esperanzas: siempre hay un acceso inesperado a una dimensión donde la muerte no anula el gozo de haber amado este y otros mundos.
*Texto leído por su autor en la presentación del libro Pulpo en su tinta y otras formas de morir, realizada el 9 de febrero de 2008 en el Bar Comala de la ciudad de Oaxaca, Oax.
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