Recuerdos de Dzitbalché





que nos tratan de engañar —me dijiste.
Ya nadie la mira, ya nadie suspira
ya sus almohaditas nadie las quiere apreciar.
“La Engañadora”, chachachá.
Enrique Jarrín (Cuba, 1926-1987)
Mi papá nació en Dzitbalché, Campeche, en 1931. Se llama Yanuario Nicolás Rodríguez Rodríguez y fue el segundo de tres hijos de un matrimonio de primos hermanos, como se acostumbraba en esa época entre algunas familias de ascendencia española. Mis abuelos eran Clodualdo Rodríguez Rodríguez (1904-1939) y Dolores Blanca Rodríguez Bautista (1906-1983), también nacidos en Dzitbalché. Yano, como le dicen a mi papá de cariño, vivió los primeros ocho años de su vida en su pueblo natal, hasta la muerte su padre causada por la varicela. Clodualdo tenía una tienda de abarrotes y traía cerdos de Chiapas para su venta en pie en la población. Al morir él, sus negocios se vinieron abajo y mi chichí tomó la decisión de emigrar a la ciudad de Mérida, Yucatán, en busca de una ocupación que le permitiera sacar adelante a sus hijos (los otros dos fueron Luis Jesús, nacido en 1928, y William Hernán, nacido en 1938).
Ya instalada en el Barrio de La Ermita de dicha capital, Lolita se dedicó a la repostería y cumplió con mucho esfuerzo su objetivo de criar dignamente a sus hijos. Los tres resultaron muy trabajadores y lograron establecerse con éxito en la capital yucateca. Luis se casó con la señorita Trinidad Bolio Luján en 1952, Yanuario con Hidy Elizabeth Manzanilla López (mi mamá) en 1959, y William con Ligia Margarita Baquedano Gómez en 1972.
A pesar de haberse alejado de su pueblo natal, Lolita y sus hijos mantuvieron estrecho contacto con sus familiares campechanos, quienes vivían tanto en Dzitbalché como en la ciudad de Campeche. De estos dos municipios es de donde vienen mis primeros recuerdos de viaje, toda vez que fui desde muy pequeño el acompañante oficial de mi chichí. Ella solía visitar Dzitbalché cada vez que podía. Nos íbamos en camión y llegábamos a ese pueblo alegre y caluroso donde nos aguardaba una casa grande de techos altos, cuyas puertas de madera se cerraban con trancas. La casona estaba frente al parque central y a la iglesia, en la cual mi tía Raquel Vera Rodríguez tocaba el órgano (ella era intérprete de piano y mandolina). En ocasiones también viajábamos en coche con mis papás y mis hermanos y de regreso nos desviábamos hacia Pomuch, donde papá nos compraba deliciosos panes rellenos de jamón y queso.
Casi todas nuestras visitas al pueblo coincidían con la fiesta religiosa que se celebra en agosto. Ponían en el parque numerosos puestos de juegos y comida y yo paseaba por ahí de la mano de mi chichí. Rescato de la memoria una canción que expulsaban las bocinas del equipo de sonido: esa pieza de “La Engañadora”, de la cual supe hasta hace poco que es el primer chachachá del que se tiene registro. También recuerdo entre brumas una pelea entre dos borrachos que se golpeaban el rostro a puño cerrado; la sangre brotaba de ambas caras y la gente alrededor de ellos no hacía nada por separarlos, sino que disfrutaba del pleito. Otra imagen que guardo de la fiesta del pueblo es la de una misa nocturna: chichí estaba rezando y yo canturreando o habloteando; en eso una mestiza sentada en la banca de atrás me sacudió el hombro y me dijo xo pelaná (quien no conozca el significado de esta sentencia en maya, que lo investigue).
Frente a cualquier recuerdo que pudiera tener de Dzitbalché, lo más interesante no es lo que ahí viví ni lo que pude haber vivido, sino lo que mi chichí me contó de su hermano: Rodrigo fue muerto a manos de los revolucionarios; estaba escondido en los gallineros, pero ellos lo encontraron y le dispararon. Hasta ahora me cuesta entender lo dura que fue la Revolución. También me es difícil ubicar a Campeche y Yucatán en ese contexto. Pero sobre todo relaciono esta anécdota como un hecho muy triste para mi chichí.
La mayoría de los tíos y primos de mi papá se fueron a vivir a Mérida o a Campeche. A esta última también la visité mucho en mi infancia. Ahí nos hospedábamos en casa de la tía Medach o con sus hijas ya casadas; el papá de ellas era el profesor Hernán Silva Rodríguez, primo de mi papá, quien fue colaborador del gobernador Negro Sansores y tenía un hermoso rancho de nombre La Faena, ubicado entre Escárcega y Champotón, donde fue asesinado por dos de sus empleados a principios de la década de los ochenta. De entre los parientes dzitbalcheños que viven en Mérida a la que más veo —cuando estoy ahí de visita, pues vivo en la ciudad de México— es a mi tía Nelly Rodríguez Baqueiro viuda de Xacur, quien a sus más de noventa años de vida conserva su belleza y su interesante plática. Ella me cuenta de sus bailes de juventud, de las fiestas, de la vida en ese Dzitbalché más antiguo que su memoria y al que algún día volveré.